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Las Marcas en mi Cuello

Fui yo quien buscó sus labios. Al inicio todo no había sido más que una broma que yo me había obligado a seguir. Nuestros amigos nos decían que hacíamos buena pareja, y como ya no soportaba tanto rapapolvo decidí llevarles la corriente. Y por alguna razón la corriente me arrastró hasta quedar cerca de sus labios, lo demás, fue cosa mía.

Sentí el peso de su cuerpo sobre mí, la hamaca en donde ambos descansábamos se mecía lentamente de un lado a otro pero apenas lo sentía. Su aliento, despedía esa amargura propia del alcohol, pero debo admitir que cuando la degustaba con mi lengua me gustaba bastante.

Su comportamiento era más bien cariñoso, probablemente tierno sea la mejor palabra para describirlo. Su mano acariciaba mi rostro, apretaba, con dulzura, mi cuello y mi hombro. Su otra mano servía de apoyo para que yo no tuviera que cargar todo su peso.
Nos separamos por un momento para ser partícipes de la conversación que los demás tenían. Nos vimos, sonreímos, nos mimamos como pequeños gatitos en busca de cariño y luego, volvimos a juntar nuestros labios.
Él me besaba con urgencia y yo trataba de devolverle los besos en tanto mi inexperiencia lo permitía. Imitaba sus acciones, cuando sentía su lengua acercaba la mía, cuando mordía mi labio inferior yo mordía el superior, y cuando por un momento se separó para mirarme fijamente a los ojos, yo me sentí derretir.
Sus acciones eran tan dulces que me dejaban sin defensas. Yo siempre había sido una persona ruda, poco honesta cuando se trataba de mostrar los sentimientos, en cambio él, los expresaba con una facilidad que me dejaba sin palabras. Me atemorizaba que él fuera así, me dolía, no sabía cómo responderle.
Apenas intercambiamos palabras. Nuestra boca servía para besarnos, hablar ni siquiera estaba en nuestra mente. No nos importaba que el resto de nuestros amigos estuviese presenciando aquel espectáculo del cual éramos los protagonistas. No. En realidad, ellos dejaron de existir. Ahí sólo estábamos él y yo, nuestros labios juntos, nuestras manos entrelazadas, y ese característico calor que el cuerpo produce debido a la cercanía con otro…
Y de la nada, ambos ya estábamos sobre una cama…
¿De dónde había salido esa cama, a quién le pertenecía esa habitación, quién había dormido bajo esas sábanas…? no me enteraba de nada. De lo único que era consciente era de esos aparentemente inextinguibles besos. De su aliento con sabor a licor, de las caricias de sus manos.
Poco a poco me fue acariciando. Fue cauteloso, como si temiera que yo reaccionara de mala manera. Su mano paseó de mi cintura a mi hombro, pero cada vez que recorría ese mismo camino se iba acercando más a mis senos, a tal grado, que después de unos segundos sentí sus manos sobre estos.
No me estremecí, no me asusté, de hecho, insté a que siguiera con sus caricias.
Ahora sus manos acariciaban mi entrepierna, eran unos roces ligeros, por encima de la ropa, dado que no nos habíamos desvestido. Esta vez mi cuerpo sí se estremeció. Fue extraño. No fue en sí la sensación que me provocó esa proximidad con mi zona íntima, sino más bien, la forma de sus caricias.
El nivel de ternura con que me trataba no había disminuido en ningún instante. Eso me hacía sentir vulnerable y débil. Jamás había permitido que nadie fuera tan afectuoso conmigo, sin embargo, en ese momento, comencé a buscar sus caricias cada vez más y más.
Sin soltar sus labios llevé mi mano hasta su rostro, sentí su barba de varios días, y me resultó curioso que el contacto me resultara placentero cuando muchas veces había admitido que no me gustaba el vello facial en los hombres.
Deslicé la mano más abajo, aruñé su cuello, solté sus labios un momento para morder su hombro, retomé mis caricias, palpé su pecho, su abdomen, y poco a poco mi mano fue encontrando el camino bajo su camisa. En ese instante él desabrochó mi pantalón, bajó la cremallera del mismo y metió su mano.
Sentí vergüenza. Yo no había ese día preparada para hacer algo como eso. Por un momento me desconecté de lo que estaba haciendo. ¿Cuándo había sido la última vez que me había depilado? Eso me preocupó, pero por alguna razón, más me avergonzaba que sintiera mi humedad, cosa que dejó de importarme cuando su dedo rozó delicadamente mi clítoris.
Ahogué el gemido abrazándolo fuertemente y mordiendo el lóbulo de su oreja izquierda. También me vi obligada a ahogar los que vinieron después de ese.
— ¿Te lastimo? —preguntó con dulzura, acariciando mi mejilla con la suya.
—No —contesté —, así está bien.
Me pregunté si sabía que yo era virgen. Digo, entre mis amigos no había secretos, y era de suponer que él podría terminar enterándose. No es que verdaderamente me importase, era sólo que había escuchado que muchos hombres encontraban molesto el intentar tener sexo con una virgen.
Debió notar la duda en mi rostro, porque sacó su mano, se posicionó de lleno sobre mí y buscó mis manos. Las sostuvo, la llevó hasta sus labios y las besó, las entrelazó con sus dedos y luego sonrió, se inclinó sobre mí y me besó. Soltó mis manos únicamente para tomar mi rostro entre las suyas, intensificando ese beso que terminó dejándome sin aliento.
— ¿Todo bien?
—Todo bien —asentí tímidamente.
Llevo sus manos hasta mis senos, por encima de la camisa comenzó a acariciarlos, hasta que yo levanté los brazos, dándole luz verde para que me desvistiera.
Me sentí un poco acomplejada, mis senos no son grandes, jamás lo han sido, y mis pezones no parecen hacer juego con el tamaño de estos.
Supuse que poco le importaba cuando los acogió en su boca. Los besó, los lamió… Sentí su aliento sobre mi piel, la manera en que parecía devorarlos como si fueran la cosa más dulce… Enterré mis dedos en su cabello, hice la cabeza para atrás, y él comenzó a recorrer, con sus labios, toda esa zona de piel expuesta.
Dejaría muchas marcas, lo supe, pero no hice nada para impedirlo.
Guié mis manos hasta el cierre de su pantalón. Me deshice del broche fácilmente, pero la cremallera fue asunto aparte.
Reí.
—Ayúdame, ¿quieres?
Sonrió y lo bajó él mismo, y sin ninguna clase de preámbulo, tomé su pene con mi mano.
El peso de su miembro me resultó extraño, sin embargo, el calor que emanaba, no; tampoco la dureza, la humedad… Lo rodeé con mi mano y comencé a masturbarlo. La piel parecía retraerse, y cuando con mi dedo pulgar, roce la punta, él se estremeció y buscó alejarse.
— ¿Qué pasó?
—Nada —contestó, y me besó y yo regresé el beso pero jamás lo solté. Mi mano se quedaría ahí un buen tiempo.
Me comenzó a gustar eso, no era el hecho de tener su pene en mi mano, sino, esa extraña sensación de poder que experimentaba cada vez que mis caricias hacían que su cuerpo se estremeciera, cada vez que el me detenía, que se alejaba porque aún era demasiado pronto para que todo terminara. Y más poder experimentaba cada vez que él, entre jadeos, me decía lo bien que lo estaba haciendo sentir.
Para ese entonces la humedad de mi propio cuerpo rogaba por atención. Y él pareció notarlo porque reanudó las caricias. Ya no me importaba cuándo había sido la última vez que me había depilado, o que el notara que estaba bastante húmeda. Simplemente cerré los ojos y me concentré en sus sutiles mimos.
Una clase muy diferente de tensión comenzó a embargar mi cuerpo, pero a diferencia de él, yo no lo hacía saber con palabras o con suspiros. No sabía por qué. Tal vez temía que mi voz no sonara tan agradable como la suya, o que por alguna razón aún más misteriosa, eso podría no llegar a agradarle. En todo caso, aparte de mis silenciosos suspiros, no dije nada acerca de lo bien que me sentía, de lo mucho que amaba la manera en que me mimaba, como si yo fuera frágil, como si fuera alguien importante para él.
Pero yo no era importante para él. Apenas y nos conocíamos. Habíamos sido compañeros en algunas clases pero jamás habíamos llegado a intimar demasiado, y sin embargo, entre nosotros nació algo, algo que sólo los demás parecían notar y que nos hacían saber con bromas de doble sentido que nos obligábamos a seguir para que no se notara nuestra incomodidad.
Él se detuvo y me quedó viendo.
— ¿Sucede algo? —pregunté.
— ¿Puedo quitarte el pantalón? —inquirió con reserva.
—Adelante —contesté.
Una vez me hallé a mí misma completamente desnuda frente a él, no supe qué decir. Tal vez no tenía que decir nada, tal vez, lo único que tenía que hacer era abrirme para él, dejar que me enseñara todo aquello que yo desconocía.
Comenzó besando mi estómago mientras las yemas de sus dedos dibujaban el contorno de mis caderas, bajo y llegó a mi vientre, ahí se entretuvo y supe que también me dejaría marcas, no me importó, pensé que después se verían lindas.
Mientras más abajo iba más vergüenza sentía, pero no lo detuve, más bien, como por inercia, mis piernas se separaron aún más, mostrando aquello que escondían…  Aun así fueron sus dedos los que primero tocaron esa zona. Sentía que se deslizaban con cierta facilidad, que palpaban mi clítoris a un solo ritmo. Esa placentera tensión nuevamente embargó mi cuerpo, y aumentó cuando sentí la calidez de su aliento, la firmeza de su lengua…
Por primera vez gemí sin importar que él me escuchara.
Me abrí más, aferré mis manos a las sábanas, seguí gimiendo, suspirando, anhelando… Entonces, todo el placer que sentía, se esfumó.
No imaginé que me dolería tanto, estaba muy húmeda, sus caricias eran certeras, entonces, ¿qué había ido mal? Apenas y había intentado introducir un dedo, ¿por qué dolía tanto?
— ¿Te lastimé? —preguntó. No contesté.
Retrocedió un poco y nuevamente depositó varios besos sobre mi vientre, mi entrepierna, y cuando el placer había regresado a mi cuerpo, lo intentó una vez más…
—Espera —gemí de dolor.
— ¿Te lastimé?
—Sí, un poco.
No esperé esa reacción. Pensé que se enojaría, que se desesperaría, después de todo, lo nuestro iba a ser sexo casual, ¿por qué tendría que preocuparse por una virgen?
—Lo siento, lo siento… —Casi se abalanzó sobre mí. Retiró el cabello de mi frente y depositó varios besos ahí —. ¿Te dolió mucho?
—No tanto —mentí. Lo abracé, besé su cuello y me quedé así un momento.
—Lo siento —repitió.
—Está bien, no dolió tanto —mentí nuevamente. La verdad, había dolido tanto que no quería que volviera a tocarme, el malestar seguía atormentándome y supuse que por esa noche no volvería a sentir más placer. Pero el que yo ya no pudiera más no significaba que tenía que dejarlo a él así. Nuevamente tomé su miembro con la mano y comencé a masajearlo —. Por lo menos termina tú, por ambos…
—No —tomó mi mano —. No sería justo y después me sentiría mal.
— ¿Por qué?
—No sé cómo… —pareció avergonzado —. Jamás lo he hecho con una virgen.
—Siento ser virgen, la verdad no es que crea en eso de llegar virgen al matrimonio y…
—No te disculpes —besó mi frente —. La verdad eso me gusta, quiere decir que te has cuidado.
Quise decirle que más que haberme cuidado no había buscado la oportunidad. Siempre había sido mala con las relaciones, sobre todo las sentimentales, y les huía de tal manera que cuando tenía una no duraba más de dos meses.
No le dije nada. Lo abracé más fuertemente, lo besé, lo acaricié…
No dormimos después de ese intento fallido. Nos quedamos platicando. Mi cabeza descansaba sobre su brazo, y mi mano sobre su pecho por lo que sentía el ligero ronronear que producía este cuando hablaba.
Los mimos siguieron yendo y viniendo, nunca cesó de proporcionármelos, nunca se mostró impaciente, molesto o decepcionado. Cuando hablaba, cuando sonreía, cuando me miraba, todo él irradiaba ternura. Jamás había conocido a alguien así, jamás imaginé que él era así.
Llegada la mañana nos despedimos. No sabía qué pasaría de ahí en adelante y ni siquiera le pedí el número de teléfono.
Fue hasta que pasó todo que recordé en dónde estaba. Era la casa de mi mejor amiga. Suspiré y me dirigí al baño. Y fue hasta ese momento que noté todas las marcas sobre mi cuello. No que me importara, pero me asustó. También había muchas en mis senos y mi vientre. Me metí al baño y me duché. Cuando salí, fue a la habitación de amiga y me acosté a su lado.
Ella no despertó sino hasta dos horas después, y cuando lo hizo, me saludó con una enorme sonrisa.
— ¿Cómo estuvo?
—No pasó nada.
Bostezó y se estiró.
—Bueno —se encogió de hombros —, ya pasará.
—Supongo…
—Tengo que ir de compras, ¿me acompañas?
—Claro.
Salió de la cama, desayunamos y luego se metió al baño. Mientras esperaba en su habitación, su celular comenzó a pitar y pitar, el típico sonido cuando el mensaje es de alguna red social.
—Esa cosa ha estado sonado —le comuniqué en el preciso momento que ella entraba.
—Revísalo por mí —dijo.
—Claro—suspiré. No sabía muy bien cómo usar esos estúpidos Smartphone —. Oye, ¿quién es esta tal…?
— ¡Oh! Es la novia del chico con el que estuviste anoche… —contestó pícaramente, arrastrando las palabras, como indagando si eso me importaba o no.
No es que yo supiera si tenía o no novia, pero por alguna razón, ese tarde descubrimiento, se sintió como un enorme balde de agua fría.
—Ah ya… —comenté fingiendo desinterés.
—Sí —afirmó desilusionada.
Más tarde ese mismo día, mientras amabas almorzábamos, ella me preguntó:
— ¿No te gustaría intentarlo con él una vez más?
—No sé, puede ser, si la oportunidad se presenta —mentí. La verdad, aunque quería, jamás volvería a estar con él, de ser así, terminaría enamorándome, eso, si no era que ya me había enamorado.
—Es bastante lindo, ¿no?
—Bastante —contesté y agregué  —: Y aparte de eso, una ternurita, como un osito cariñosito.
— ¿En serio? —rió —. No lo habría imaginado, más parce del tipo salvaje.
—Caras vemos…
—Ya. ¿Y aun así no quieres volver a intentarlo con él? Yo podía arreglarles algo… Él te gusta, ¿o me equivoco?
—No me gusta —negué —. Ya sabes, lo mío no son las relaciones de ese tipo, y él es demasiado cariñoso para mi gusto.
Mentira, una gran y rotunda mentira. ¿Por qué fingía? ¿Por qué me hacía la fuerte, la ruda, la desinteresada…? Acaso no había amado su trato, sus tiernos susurros, sus delicadas caricias, acaso, llegada la mañana, no deseé que todos los días fueran así, que todas las noches durmiera con su brazo como almohada. Oh, claro que quería volver a estar con él para esta vez darle todo. ¿Tan difícil era aceptarlo?
Mi amiga no siguió indagando al respecto y continuó comiendo. Yo sólo podía pensar en él y su desconocida novia.
«Claro que quiero estar con él —me dije a mí misma —, pero no puedo darme el lujo de enamorarme, no ahora, no de él…»
Caminamos por el centro, notaba la mirada indiscreta de las personas quienes seguramente notaban las vistosas marcas en mi cuello. No me importaba ni me avergonzaba, en primer lugar, porque yo había permitido que las dejara, en segundo, porque él las había dejado. Simplemente rogaba, que para cuando desaparecieran, también lo hicieran esos sentimientos que secretamente guardaba dentro de mí.

Por Seiren.

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